La Historia de Nicaragua debe ocupar un lugar importante en el currículo como una asignatura de formación general obligatoria, dado que constituye un inmejorable laboratorio de análisis social que permite trabajar las diversas habilidades intelectuales y potenciar el desarrollo humano sostenible con criterio propio.
Esta premisa ofrece una oportunidad para reflexionar sobre el sentido y la necesidad de la enseñanza obligatoria de la historia en el currículo de la UNAN-Managua. ¿Para qué necesitan los jóvenes la historia? ¿Qué historia necesitamos en un siglo XXI que recupere lo mejor del pasado? Tradicionalmente la historia siempre ha sido importante en la socialización de los ciudadanos. Desde la segunda mitad del siglo XIX, con la gestación de los estados-nación, la historia fue incorporada al currículo con un claro objetivo: contribuir a la construcción de una identidad nacional.
En realidad, la escuela pública iba a cumplir un rol preponderante, fundacional, en la construcción de una identidad nacional que resultaba absolutamente prioritaria para consolidar la legitimidad del naciente Estado. Interesaba en ese entonces que los alumnos se identificaran con una historia y un territorio común, por lo que era necesario generar en los ciudadanos del hoy y del mañana fuertes sentimientos de identificación con la nación. Y aunque en la práctica se cayó en una enseñanza de la historia de tipo narrativa y épica, de alguna manera contribuyó a crear la idea en nuestro imaginario colectivo que formamos parte de una misma nación, con un pasado común.
Estoy consciente que ya no podemos mantener perspectivas de análisis similares a las que justificaron la incorporación de la Historia en el pasado. Hoy debemos afanarnos porque esa enseñanza obligatoria contribuya a develar el rol legitimador que tuvo en el mismo pasado y continúa teniendo en el presente para construir el futuro. Para ello es fundamental que nuestros alumnos reconozcan que la historia representa el estudio de la complejidad que revisten los fenómenos y conceptos históricos, con su importante grado de abstracción y multiplicidad. Si se concreta este objetivo, el acercamiento a los problemas del presente y su comprensión a partir de la búsqueda de sus raíces en el pasado permitirá cambiar la concepción –hoy bastante generalizada entre algunos– de que la historia constituye un “saber inútil”, sólo capitalizable como “conocimiento general”. De esta manera contribuiremos a alcanzar otro propósito más amplio: formar ciudadanos críticos y participativos, preparados para vivir en una sociedad democrática en pro del desarrollo y la ética.
Recuperar el carácter formativo y obligatorio de la historia de Nicaragua en las universidades, especialmente en la UNAN-Managua, es necesario. No tan solo porque un profesional formado en nuestro país es generalmente un ciudadano del mismo, sino también porque debemos ayudar a fortalecer el valor por lo nacional: ese llamado sentimiento de solidaridad que nos permite identificarnos unos a otros, a pesar de las diferencias que representemos.
La enseñanza de la historia de Nicaragua obligatoria es necesaria por su carácter formativo en valores y actitudes, ya que da a conocer todo el complejo mundo de sucesos históricos que ha vivido nuestra sociedad. Desde cuando nuestra sociedad aborigen debió convivir con el español, desde cuando el mestizo aprendió a asimilar un mundo que no le permitía convivir con las diferencias de los otros.
Desde que todos, al momento de la Independencia, descubrieron que no eran iguales ni siquiera en la forma de pensar y de creer y debieron empezar la colosal tarea de comprenderse a sí mismos. Existen muchos ejemplos en nuestro pasado que son aleccionadores en función de la nacionalidad, de la convivencia y de la tolerancia. Por eso hay que explotarlos pedagógicamente para despertar el compromiso de trabajar en conjunto por este país. Después de todo, el desarrollo social es una tarea de todos.
Quizás podamos con esta enseñanza contribuir a disminuir los niveles de emigración hacia otros países. Quizás podamos reducir el proceso de pérdida de la nacionalidad frente a los embates de la “cultura única” que pretende imponer la globalización. Quizás podamos orientar el esfuerzo colectivo hacia una mayor tolerancia, equidad y solidaridad que, después de todo, es la empresa del gobierno actual. La enseñanza de la Historia de manera reflexiva y crítica es maestra de la vida y necesaria, pues contribuye a la transformación y a mayores niveles de democratización y de justicia social.
En definitiva, se trata de apostar por la enseñanza de la historia en consonancia con los retos del siglo XXI. Enseñar historia es comprometerse con una determinada visión del mundo y del futuro. Aprender historia ha de ser asumir protagonismo en la construcción responsable y solidaria del futuro y la democracia. El aprendizaje de la historia debe ocupar un lugar importante en el currículo.