Jorge Eduardo Arellano
EL 24 de agosto de 1527 el Rey firmó una cédula por la cual ordenaba el anticipo a don Diego Álvarez Osorio el primer tercio de su salario ––100 mil maravedís–– del oficio que llevaba como Protector y Defensor de Indios en Nicaragua. Álvarez Osorio había sido nombrado para ese cargo el 2 de mayo de ese año, de acuerdo con real cédula, debido al maltrato y mucho trabajo exigido a los indígenas, lo que estaba causando disminución entre ellos, pues los encomenderos no guardaban las leyes y ordenanzas:
siendo [Nicaragua] tan poblada e rica, avemos acordado de enviar una persona de conciencia para que sea protector y defensor de los dichos indios, y mire por el buen trato, conservación y conversión de ellos y no consienta que se le hagan agravios sin razones y se guarde con ellos las ordenanzas hechas para su buen tratamiento […] Es nuestra merced y voluntad que vos seas Protector y Defensor de los indios de la dicha Provincia y tierra de Nicaragua.
Así inició Álvarez Osorio, descendiente de la casa de Astorga y ex chantre de Tierra Firme (léase catedral de Santa María Antigua del Darién), su labor de protección a los indios, visitando encomiendas para impedir los generalizados abusos de los encomenderos. En la realizada a los indios de Mistega y a un galpón o cacique de dicha plaza, según los autos de la misma del 26 de agosto de 1529, encontró que el licenciado Francisco de Castañeda tenía 121 indios de servicio, sin incluir mujeres y niños; cifra que no coincidía con el repartimiento, mucho menos numeroso, que se le había otorgado.
Álvarez Osorio ejerció su apostolado, como dan cuenta los documentos. Por ejemplo, el 4 de abril de 1531 la Reina le comunicaba: la buena orden y la cordura con que habéis entendido en lo que el Emperador, mi señor, y vos encargó y mandé acerca de la protección y buen tratamiento de indios y en instrucción a nuestra santa fe católica, lo cual os tengo en servicio y a vos encargo y mando lo continuéis teniendo por cierto que en ninguna cosa su Majestad y yo podremos recibir más agradable servicio de vos que en esto por ser con tan conforme a nuestra religión Cristiana, ya que todos tenemos tanta obligación, y vos particularmente la tenéis, para cumplir vuestro oficio pastoral y con la confianza que tenemos de vuestra persona descargamos en esto con vos nuestras reales conciencias.
Su buen servicio quedaba confirmado en la misma carta de la Reina, quien aprobó la sentencia que Álvarez Osorio había dado contra Diego Núñez, privándolo de sus indios encomendados por los daños que les provocaba. Pero también en esa carta la Reina le pedía que, aunque su actitud no coincidiese con la del gobernador, siempre estuviesen de acuerdo en cosa que no sea contra buen tratamiento y libertad de los indios. En conflicto, pues, con el sucesor de Pedrarias Dávila, Francisco de Castañeda, el protector de los indios fue nombrado obispo.
Álvarez Osorio obtuvo licencia para llevar a Nicaragua un esclavo negro que le sirviese y lo dejasen pasar los oficiales reales de Sevilla libre é desembargadamente. Fue autorizado también para introducir, libre de impuestos, ocho arcas de vestidos, doce colchones y demás elementos necesarios para las camas, dos cajas de lienzos y ropa blanca, cincuenta arrobas de aceite, treinta de vinagre, quince pipas de harina, seis de vino, cuatro alfombras, sillas, mesas y cosas de cobre y madera, etc., para poner multas hasta por la suma de diez mil maravedís a los españoles que se negasen a ayudarle y sostenerle de una encomienda.
De manera que Diego Álvarez Osorio inauguró la diócesis de Nicaragua, erigida por Clemente VIII el 26 de febrero de 1531. Presentado por la Reina a Su Santidad el 20 de abril del mismo año, no tomó posesión sino hasta 1532 y sin haber sido consagrado. Desde esa alta dignidad siguió protegiendo a los indios y preocupándose por convertirlos al cristianismo. Cuando fray Bartolomé de las Casas pasó por León de Imabite con otros sacerdotes dominicos, instó a estos ocupar el recién abandonado convento de su orden, restablecido en 1535 con tres frailes que acompañaban al célebre dominico: Pedro de Ángulo, Luis Cáncer y Pedro Rodríguez de Ladrada.
El primer obispo de la provincia protagonizó otras disputas con los conquistadores y/o encomenderos en defensa de los naturales. Así, para el 30 de noviembre de 1535, se hallaba en serias dificultades, angustiado no solo por su situación particular, sino por la de los indios. Por eso en la fecha referida expuso a los reyes sus gastos y deudas, suplicándoles que le atendiesen. En uno de los párrafos de su carta, añadía: En esta gobernación hay unos pocos indios, como ya otras veces he informado a vuestra Majestad, porque con el hambre de 1528 murieron y ahora por más hubo [en 1535] tan grande mortandad que casi se han asolado los pueblos de dolor de costado y de estómago, y como tres o cuatro años no se ha atendido otra cosa, sino sacar a los naturales de la tierra herrados y sin herrar, al cabo que muchos de los vecinos la dejan y se van al Perú y a otras partes, viendo el poco remedio que aquí tienen para sostenerse.
Su situación era desesperada: debía 3 mil pesos oro, por lo que tuvo que solicitar dos o tres adelantos de su salario anual, ya que los mercaderes no le querían fiar e irse a vivir al hospital de León de Imabite. Allí permaneció hasta su muerte en abril de 1537. Su defensa de los indios llegó a tal grado que el alcalde mayor Francisco de Castañeda resumió con estas palabras: entremetese el protector en decir que en caso de yndios no he de conocer.
En conclusión, este conflicto se explicaba en el contexto de un hecho clave de la conquista del Nuevo Mundo, la cual no se reducía a una empresa bélica y económica emprendida por aventureros codiciosos de botín, desplegando un valor temerario. La propagación del cristianismo era inherente a dicho proceso y este elemento comenzó a operar en Nicaragua con la exploración de Gil González Dávila. España concluía la reconquista, después de casi ocho siglos de lucha, con la toma de la Granada mora en 1492. La Corona asumía como tarea primordial la cristianización del mundo indígena. En las provincias españolas el obispo y el gobernador trabajaban en la misma dirección: al servicio de la Majestad Divina y de la Majestad Real. Ni el obispo se consideraba ajeno a los asuntos que hoy llamaríamos políticos, ni el gobernador a los asuntos de carácter religioso. El Altar y el Trono no estaban separados.
[Tomado de la obra León de Nicaragua y su vida cotidiana en el siglo XVI. Managua, JEA-Editor, febrero, 2023, pp. 91-94].
